“Gambito de dama”, la novela que bebe de la unión entre ajedrez y literatura

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Foto: NETFLIX

La novela “Gambito de dama”, convertida en una serie televisiva de éxito mundial, introduce al lector en el complejo mundo del ajedrez y de sus derivadas psicológicas, mostrando además la excelente relación de la narrativa con el juego de reyes, un maridaje que se ha traducido en innumerables obras desde hace décadas.

Escrita por el norteamericano Walter Tevis en 1983, “Gambito de dama” -o “Gambito de Reina”, en una traducción anterior- regresa esta semana a las librerías españolas aprovechando el tirón de la miniserie protagonizada por Anya Taylor-Joy, con un argumento que combina aspectos de la biografía del autor con la trayectoria del prodigioso Bobby Fischer.

Otro escritor pionero en la introducción del ajedrez en sus relatos fue Lewis Carroll, quien en “A través del espejo y lo que Alicia encontró al otro lado” (1871) lleva a su protagonista a jugar una alocada partida, y de 1882 data el relato con referencias ajedrecísicas “Mi entierro. Discurso de un loco”, de Leopoldo Alas, “Clarín”.

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La eclosión del ajedrez moderno en el siglo XX, con la irrupción de campeones como Capablanca y Alekhine, relanzan la relación del juego con la literatura, y así Unamuno publica “La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez” en 1930, el mismo año en que aparece “La defensa”, de Vladimir Nabokov, en la que el gran maestro Luzhin tiene características del campeón ruso, mientras de 1938 es “Murphy”, de Samuel Beckett, donde el protagonista juega un absurda partida con un paciente de un psiquiátrico.

La ascensión del nazismo da lugar a una de las obras más conocidas de esta simbiosis, “Novela de ajedrez”, del escritor austríaco Stefan Zweig, una denuncia de la tortura psicológica y en la que un prisionero de la Gestapo elude la locura de la incomunicación total reproduciendo partidas en su cabeza.

El régimen nazi y la II Guerra Mundial han inspirado a muchos escritores, que han transformado la lucha sobre el tablero en una pugna entre el bien y el mal, y en este terreno encontramos “El maestro y el escorpión” (1991), de Patrick Séry, “La variante Lüneburg” (1993) y “Teoría de las sombras” (2015), de Paolo Maurensig, “Amphitryon” (2000), de Ignacio Padilla, o “Tablas por segundos” (2004), del lituano de origen judío Icchokas Meras.

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La Guerra Fría se ha visto igualmente representada por los bloques de blancas y negras en obras como “Funeral en Berlín” (1964), de Len Deighton, donde cada capítulo se inicia con alguna regla del ajedrez, o “El rizo” (1974), de Robert Littell, un juego entre espías al ritmo del desarrollo de una partida.

El género negro es terreno abonado para introducir a jugadores y trebejos entre sus páginas, y la reina de la novela policíaca, Agatha Christie, se aprovechó de ello en “Los cuatro grandes” (1927), Philo Vance en “Los crímenes del ‘obispo’” (1929), William Faulkner en “Gambito de caballo” (1949), Ellery Queen en “El jugador de enfrente” (1966), Stephen L. Carter en “El emperador de Ocean Park” (2002) y Juan Soto Ivars en “Ajedrez para un detective novato” (2013), por citar algunos ejemplos.

Otros títulos que combinan novela policíaca con la histórica son el que fue superventas mundial “El ocho” (1988), de Katherine Neville, “La tabla de Flandes” (1990), de Arturo Pérez-Reverte, “Peón de Rey” (1998), de Pedro Jesús Fernández, y “Zugzwang” (2007), de Ronan Bennett.

La ciencia ficción ha sido un campo donde también ha proliferado la bibliografía ajedrecística, y uno de los primeros autores que explotaron esta vía fue Edgar Rice Burroughs, el padre de Tarzán, quien en “El ajedrez viviente de Marte” (1922) llegó a inventarse un “ajedrez marciano”, el jetán, con un tablero de 100 casillas, piezas con peculiares movimientos y todo un compendio de reglas. EFE