La palabra ‘corrupción’ resuena una y otra vez en la cabeza de la expolítica Ingrid Betancourt y así lo exterioriza, durante una entrevista con la Agencia Efe, cuando se refiere al actual presidente de Colombia, Iván Duque, como un hombre con “buenas intenciones, pero maniatado por su entorno”.
Lo conoció personalmente y para sorpresa de muchos, incluso de ella misma, se llevó “una buena impresión”. El encuentro, que no gustó a otros tantos, se produjo hace apenas tres meses en la Casa de Nariño, residencia presidencial de Colombia. Ahora, Betancourt sigue manteniendo esa imagen de Duque pero insiste en que “no valen solo las buenas intenciones” y que su círculo cercano “no le deja hacer transformaciones” en el país.
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A la excongresista siempre le acompañará la etiqueta de ‘mujer secuestrada por las FARC’, más a ojos de los demás que en los suyos propios. Desde que fuera liberada con la Operación Jaque (2008) se ha fajado por pasar página y, aunque cree que la guerrilla de las FARC ha terminado, la palabra ‘corrupción’ vuelve a martillear su cabeza.
Porque, según Betancourt, en Colombia “la corrupción mata” y el poder político forma parte un engranaje que borra del mapa con su violencia a “personas incómodas”, testigos de los intríngulis del “narcotráfico y todo tipo de tratas”.
Durante la entrevista desgrana con evidente voluntad los entresijos de la política actual colombiana, pese a que se reafirma en que en las elecciones presidenciales de mayo 2022 solo estará “aportando ideas” a la Coalición de la Esperanza, un grupo de “jóvenes políticos de centro que rechazan la polarización”, en palabras de la propia Betancourt.
“He sido traicionada por la política colombiana; es un ruedo de artimañas y mentiras, y una tiene que saber no dejarse contaminar”, declara la mujer que vio truncada sus aspiraciones a presidenta del gobierno en 2002, al ser privada de libertad durante seis años por la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Utilizar como ejemplo el caso de Ingrid Betancourt para la reconciliación del país tras la desmovilización de las FARC en 2016 es una constante entre sus seguidores, muchos de los cuales todavía le piden que reconsidere su candidatura a la presidencia.
“Las víctimas aceptamos que los victimarios tuvieran unas ventajas para proteger a las nuevas generaciones. Es un proceso donde los colombianos empezamos a entendernos como hermanos. Un proceso político pero también espiritual”, expone Betancourt acompañando su razonamiento con un prominente juego de manos.
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Los excomandantes de las FARC ya no usan eufemismos, hablan abiertamente de secuestros, de guerra, de crímenes de lesa humanidad y esto, acorde a su narración, no la reconforta del todo con sus captores porque siente que algo falta, que algo queda por hacer: “Aún deben mirarse a sí mismos como seres humanos; la guerra les desconectó el alma de sus cabezas”. Efe