Echar raíces en el primer “pueblo socialista” de las FARC

Foto: EFE
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Los fusiles ya se habían silenciado cuando unos 300 guerrilleros de las FARC llegaron a La Montañita para entregar sus armas. Allí dieron el paso hacia su reincorporación con las botas desgastadas por el conflicto y construyeron el “primer pueblo socialista” de excombatientes.

En las “zonas veredales” establecidas por el acuerdo de paz firmado el 24 de noviembre de 2016, algunas de las cuales incluso sin servicio de agua potable, los exguerrilleros hicieron sus primeros albergues, el único refugio seguro para ellos hace cinco años.

En la espesura del selvático departamento del Caquetá, donde la lluvia convierte las calles en lodazales, se asentaron desde febrero de 2017 unas 500 personas, exguerrilleros con sus familias, para comenzar su vida civil en el antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Agua Bonita.

Este espacio fue diseñado como una ciudadela transitoria para facilitar la reinserción de los firmantes que con el tiempo podían tomar sus pertenencias y seguir su vida lejos de ese caserío, al que para llegar hay que atravesar una quebrada porque el puente que conecta con Florencia, la capital del departamento, ubicada a hora y media por carretera, está caído desde hace más de un año.

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UNA VIDA ESTABLE POR DELANTE

Muchos abandonaron con el tiempo los ETCR porque recuperaron el vínculo con sus familias o encontraron nuevas oportunidades en las ciudades, pero al menos 150 exguerrilleros decidieron asentarse en Agua Bonita, un predio de más de 50 hectáreas que compraron a su dueño con el dinero que recibieron por entregar las armas, y levantaron allí el Centro Poblado Héctor Ramírez.

El pueblo es un modelo de reincorporación que ha sobrevivido a los problemas de la implementación del acuerdo, como el asesinato de 290 excombatientes en todo el país, y funciona como una cooperativa.

Quienes permanecen en este extenso lote de casas coloridas dejaron atrás el nerviosismo de los primeros años de la implementación de la paz y hoy hablan con orgullo de un lugar del que nadie les puede sacar, un pedazo de tierra propia por la que cada uno ha aportado algún peso o una gota de sudor.

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Tras dejar las armas impulsaron en su comunidad, por iniciativa propia, un cultivo de piña, una fábrica de zapatos, una panadería, una despulpadora de frutas, un restaurante, una tienda comunitaria y un semillero, entre otros proyectos productivos.

“La meta de esto es que en un futuro nosotros podamos decir que este es nuestro proyecto de vida”, dice a Efe Roger Murcia, quien trabaja en el cultivo de piña, “uno de los proyectos productivos con más potencial”, del que espera obtener ingresos suficientes para sostener a su familia y terminar sus estudios.

Murcia, que estudia para convertirse en biólogo y está haciendo una caracterización de fauna y flora, dice que para él “no hay reto pequeño”. También trabaja en el proyecto turístico que idearon para mostrar el lugar a los visitantes, con el fin de reconciliar a su comunidad con el resto de los colombianos.

La vida, asegura, ahora tiene “una trayectoria más segura” y al menos tiene la oportunidad de “soñar con un mejor futuro”. EFE